Y fue martes, y fue a las ocho, y fueron tres, cuatro, seis, no sé, nueve tal vez.
Jesús Carrasco estaba con la intriga, él por su cuenta ya tenía armada la tertulia desde antes de conocer lo de El Cuento de los Martes. Me dijo no sé cuántas veces y un buen día me puso el ultimatum. "A ver, que si no hacemos esto ahora, no lo hacemos". Yo me defendí como pude, alegando que tenía que ser un martes. Para mi sorpresa, aceptó. Lo demás fue cuento.
Un millar de años se precipitaron entre el mar de España y el de América, como para no estar seguros de qué lado de la historia teníamos que estar. Abuelos que nunca dijeron a dónde fueron y abuelas que siempre supieron de la magia de la imaginación.
De todos los que llegaron, conocía a la mitad. La historia de El Camino de Santiago ya se la había escuchado a Jesús, pero ahora estaba empezando a entenderla. En las dimensiones presentes, su percepción de las flechas amarillas era la de un hombre dejando al niño preguntar por la puerta de entrada. El amigo de Jesús cruzó camino entre sus antepasados y los de Pedro. Esther, lo suyo, Sandra y la otra chica...la de la historia de las hermanas. Fueron más que nada cuentos de familia, en una noche que se hizo atrás para dejar pasar la incógnita de quiénes somos.
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