Es un cuento infantil de ficción de la autora Silvina Reinaudi. Narra la historia de Clotilde, quien en medio de una larga siesta se encuentra incómoda y de mal humor. No puede dormir y a punta de gritos y llantos despierta a todo el reino. Sus padres, el rey y la reina, intentan buscar la solución y piden a los mejores caballeros de palacio calmar el calor de la princesa con un poco de hielo, el cual debía ser conseguido en una montaña muy alta. Terminada la misión y llegados ante la monarquía (aquí me tendrá que perdonar José Angel, quien no les tiene en muy buena estima a ninguno de los reyes, reinas, príncipes y princesas que viven de sus impuestos), descubren que han fracasado, pues el hielo se ha derretido. Preparados para lo peor (la reacción de Clotilde) observan con sorpresa que Clotilde ríe. Al mirar la escena se percatan de que unos patitos se han instalado a nadar en el balde y que la princesa armó tremendo kilombo con la plebe y que todos se divierten a más no poder salpicando a diestra y siniestra. Deciden además buscar una palangana más y más y más grande para que todos pudieran meterse al julepe.
El cuento termina explicando, a la manera más hermosa del cuenta-cuentos Nicolás Buenaventura Vidal, que "fue así como se inventaron las piscinas".
Es claro que cuando uno lo cuenta, todos se quedan mirando como extrañados, pero un buen invento siempre es querido, así que los chiquillos a los que se lo conté el viernes pasado en la escuela de mi hijo se fueron con la versión de que los señores de las bienes raíces que incluyen piscinas para que las señoras tomen sol y los niños las llenen de flotadores, lo hacen siguiendo la tradición que inventó la princesa Clotilde en el reino de las siestas largas.
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