Alejo Carpentier, busto de fabricación casera. |
Un trabajo
periodístico de Alejo Carpentier
—escrito hace 62 años— contiene un
excelente dato histórico sobre la programación de los medios de comunicación de
la época que vale la pena conocer, cito:
Cuando se consideran los programas de
radio en América Latina, una particularidad llama la atención de quienes han
tenido oportunidad de conocer lo que cargan las ondas de otros continentes: la
cantidad de novelas por episodios que en ellos figuran. Más aún: en Panamá,
para citar un ejemplo típico, se ha llegado a construir verdaderos
<<bloques>> de novelas por episodios —tres, cuatro, una tras de la otra— que
cubren los mejores tiempos de la emisión. La novela en treinta, cuarenta,
ciento, trescientos episodios —¿no hubo una, recientemente, que pasaba de
quinientos? —, constituyen la base del cotidiano programa radiofónico en
nuestro países.[1]
El dato
parece vigente si se tiene en cuenta que en el momento en que esas letras se
publicaban, la radio era el medio de comunicación de masas por excelencia, puesto
que hoy ocupa la televisión. Seis décadas han pasado y como si fuese mentira el
único cambio en las programaciones es la forma de llegarle al receptor,
invadiéndolo con millones de partículas de imagen que fueron cambiando a través
de los años entre el blanco y negro, el tecnicolor, la tv análoga, la tv digital, quizá en la creatividad de la publicidad y las empresas
anunciantes, pero se mantienen inmutables los clásicos temas de las tramas de
las novelas, la división de los personajes entre buenos y villanos, los amores
imposibles, las intrigas fáciles y dañinas, de vez en cuando se cuela un
poquito de la moral social vigente en el momento como un elemento o no en el
más de los casos.
Gracias a la
FIFA hay fútbol cada cuatro años como en estos días, pero fuera de la excepción
la jornada televisiva está (des)compuesta en más de tres cuartos por novelas
que —más recientemente las series y los
realiti shows que también— mantienen a tantos en vilo y sus tramas hasta hacen
parte de las conversaciones de la familia y otros círculos sociales. La tele
está inundada de eso, de la trama circular de la chica buena que luchó contra
la mala y que al final se casa con el chico bueno, que andaba (en contra de su
voluntad) con la mala y todos los malos mueren o quedan en la cárcel y luego es
difícil distinguir las líneas divisorias entre la programación de ficción burda
y los hechos sociológico-políticos que se muestran en el noticiero, la
periodista buena gente que le lleva comida a la gente pobrecita con ayuda de la
generosa empresa de capital millonario que asume su compromiso de
responsabilidad social con cincuenta balboas de compras, el político malo que
se roba la plata o el bueno de buena familia que asumirá el nuevo reto de
llevar los rumbos del país; lo cierto es que en ese otro terreno las cosas no
son tan fáciles como en las novelas y sin embargo hay más de uno que se ha
pasado la vida entera frente a la tele y termina por creer que las cosas son
más que menos así mismo, de allí que habría que ver cuánto pesan sesenta años o
más de programaciones de novelas en el pensamiento crítico de la población y su
manera de entender la vida; pues ya hasta la FIFA según esta visión se va transformando
en una malévola multinacional del fútbol que conspira para que la final del
mundial sea entre Brasil y Argentina para vender la taquilla y simplificar el
marketing, pero también está Colombia, Costa Rica y la esperanza europea, pero
eso ya son materias de cuento para otros martes.
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