A veces a las mujeres se nos olvida el
poder que tenemos cuando trabajamos juntas, cuando creamos y resolvemos juntas
en lo cotidiano, en las redes, en los ámbitos políticos públicos y en la
espiritualidad. Es como si
reaccionáramos constantemente a ese boicot que nos preparan quienes nos
prefieren solas, aisladas, reñidas unas con las otras, usando nuestro poder
contra nosotras mismas. Una de las
formas de maltrato más duras y crueles que yo veo, es – por ejemplo – la
depresión auto-infringida, el castigo que una misma puede darse por no
responder al rol que nos da otro (una esposa buena, una madre abnegada, una
asistente confiable, o la peor de todas: una mujer que se da a respetar).
Cada día debemos levantarnos a
justificar, a demostrar y a cumplir con roles que sirven para propósitos
mezquinos. Verse al final de la
jornada con la única satisfacción de que se hizo una comida que alcanzó para
todos, que el vestido que compramos fue económico y que no se nos ve más cuerpo de lo
debido, que nos hemos sacrificado una vez más por un hijo que ni cuenta se dio,
parece ser lo que se nos aplaude desde una especie de palco donde se nos
observa con superioridad y en donde siempre se sabe qué es lo mejor.
En tanto, muchas mujeres abnegadas y
buenas esposas creen que el destino ha sido cruel con ellas, porque su pareja
prefiere a una “cualquiera” muy distinta a ella para vivir su sexualidad. Es basura, un pensamiento que – como
cualquier producto de una sociedad que ha demostrado no funcionar para ser
feliz – logra disminuir el poder de esa mujer, a quien – si se deja – también
se la golpea, con insinuaciones, con gritos, con control económico y por
último, con golpes.
Pero no quería hablar de la violencia
doméstica ejercida por un hombre contra una mujer, porque es un problema social
que ha sido cómodamente colocado en la ignorancia o psicosis del agresor. Eso es como tener un conejillo de
indias de turno. Cada día podemos
volcar nuestra indignación contra el rostro del noticiero, el que mató, el que
agredió. Por eso nunca encontramos
al autor intelectual: al Estado.
Yo quería referirme al desaprovechamiento
del poder que hoy se traduce en mujeres boicoteando a mujeres, a aquellas que
encuentran una excusa en cualquier fallo humano para señalar a la otra, para
culparla, para llevar al sacrificio a la mujer de turno, al reflejo del fracaso
personal donde se deposita el odio.
Craso error, lo que hacemos es darle carbón al proceso por el cual se
nos anula. No digo aquí que como
personas no tengamos diferencias, pero cuando preferimos ventilarlas
públicamente, a espaldas de esa otra hermana, cuando la desacreditamos para
evadir resolver un conflicto personal que pudo haberse trabajado con afecto y
sinceridad, con paciencia y respeto; estamos hundiendo esa posibilidad creadora
conjunta, esa maravilla que son un par de mujeres en cooperación.
Yo lo he vivido varias veces, y una de
ellas ha sido el Festival Internacional de Poesía Ars Amandi, en donde – además
– trabajamos con hombres que no han temido al poder de la mujer. Quienes si lo han hecho, se han
retirado a soportar desde la distancia, pero quienes reconocen ese poder
creador lo reciben alegremente, lo celebran y lo usan a su favor. Sólo grandes cosas han salido de mi
relación de amistad y de trabajo respetuosa con otras mujeres, tanto en las
luchas sociales (en las que yo no he sido más que un apoyo algunas veces), como
en las artísticas y las domésticas.
Pienso en mi experiencia con Teatro Carilimpia y se ve con claridad lo
que aspiro decir; lo mismo ocurre con Pelo Malo Ediciones y me ha pasado en la
Universidad, en el barrio y en la escuela de mi hijo, entre otras muchas. No todas las colaboraciones han salido
bien, y es precisamente por esas experiencias que entiendo la dificultad que
planteo.
Hoy veo a dos mujeres de la política que
sirven de alimento para los voraces comentarios de personas que probablemente
no son mejores que ellas, que están gozando que ambas “desnuden” a la otra con
“verdades” que en realidad no les interesan. Lo que les importa es demostrar que las mujeres no deben
estar ahí, que nunca debimos tener una mujer presidente, que cada ministra
demasiado “bocona” sólo hizo daño a la imagen del país, que lo importante
ocurre entre portadores de corbatas.
¿Saben qué pasa con cada comentario? Que hay una mujer comprobando que no se
puede, que no es suficiente, que vive bajo amenaza de ser expuesta
públicamente. No sé si recuerdan a
la vice-ministra de un país vecino cuyo video privado fue ventilado en las
redes sociales. Eso es un
recordatorio para las mujeres: no se atrevan. Lo más triste es que las voceras de este recordatorio son
otras mujeres. Se dan a la tarea de jugar a juez, de hablar de malos ejemplos,
de ridiculizar lo atrevido, lo vivo, lo lúdico, la magia que nos da poder, la
sexualidad y la multi-hormonalidad que nos hace fantásticas, distintas,
diversas, que nos da más de una posibilidad, el clítoris que puede jugar solo,
que ni siquiera una mano necesita para enviar la potencia de su ser al
universo.
La mujer más cercana en este momento es
un ser capaz de hacer milagros, si; de hacerte creer en El Misterio, en el
Cosmos, en la Divinidad con sólo existir.
La mujer más lejana en la que puedas pensar es capaz de conectarse
contigo en un código que ni podrías nombrar y de darte la fuerza que
necesitas. Hazme un favor, sonríe
y da las gracias, perdona al menos a una – por cabrona que te parezca – y ponte
a su disposición para poner este mundo en orden…en verdadero orden.
Con amor,
Lucy.
De este escrito comparto las más de las ideas y las menos no las comparto pero las respeto. Lo indudable es que cada letra aquí plasmada es necesaria en este momento de país dividido. Abrazo, Joao
ResponderEliminarDivisiones innecesarias.
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