Esta martes me he encontrado con un polaco y un egipcio en la maravillosa sencillez de dos cuentos breves.
No conocía a Bruno Schulz,
escritor polaco asesinado por los nazis, pero
nuestra conversación llamada “Los Pájaros” se granjeó de futuro al sentir esa imagen de la
nieve como un manto raído, tenue; sentí el gris de la frialdad imperfecta, de
los días duros como el pan y del
invierno que –desde mi imaginario panameño de lo que son días fríos- ralentiza
las horas. Así está el hombre de este
cuento, el hombre del que su hijo habla. Este hombre no amanece transformado en
bicho como Gregorio Samsa, este hombre se convierte, poco a poco, en pájaro. Tal
vez disipa el horror al asumir él mismo su transformación, el cuerpo que albergará el
espíritu de su existencia. Él cambia esa cotidianidad desabrida como hombre y
pasa a ser más como la corneja; para ser más que un día, para mudarse a una
nueva jaula. Un retorno a lo animal,
a lo más atávico del símbolo. Se incuba una soledad multicolor. “Manía avícola”
dice Schulz, la rutina del hombre-pájaro. Es el vuelo de transición a ser otro,
a construir un paraíso de alas, plumas y color. Anidar, pajarear, migrar sin
volar.
Pero es la mujer, no la
esposa, sino la mujer capaz de crear un embrujo de alas, es ella quien le
arranca las plumas, la mujer que baila “la
danza de la destrucción”. El hombre-pájaro no pudo emprender el vuelo. O quizá todo ha sido tan sólo alegoría del
plumaje alborotado por el influjo de la mujer, Adela, la “frenética bacante”.
A medio vuelo de "Los pájaros" aterrizo en otra ventanita del explorador digital, con el cuento de Mahfuz: "Jardín de la infancia". En la página donde lo comparten, incluyen una breve apreciación de Mahfuz por parte de Pedro
Martínez Montávez, famoso arabista contemporáneo en la que termina diciendo: “Todos los pájaros aprenderán el camino que tú les
enseñarás.”
El cuento está estructurado a modo de diálogo entre un padre y su
hija sobre las distancias religiosas. La niña está angustiada porque pasa casi todo el tiempo con su amiga, excepto en clase de religión donde son
separadas porque una es cristiana y la otra musulmana. El padre intenta aplicar la pedagogía, para al final reconocer que no tiene
una respuesta que tranquilice a la niña (ni a él mismo) “Aquel torrente de preguntas había removido interrogaciones sedimentadas en
lo más hondo de sí.” Probablemente porque ese que fuimos en el jardín de la infancia no muere, no desaparece, simplemente se adormece por la madurez que cancela las preguntas y todo lo que asumimos como tan evidente que nos impide apreciar el vuelo de los pájaros.
Ilustración de Jun Komaori |
Bienvenida, Alessandra. El cuento de los martes recibe tu primer escrito con una alegría deliciosa. Es en sí mismo placentero y antes de leer los cuentos que nos recomiendas, quería decirte que esta entrada tuya con 2 x 1 está muy buena. Gracias.
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