
La idea parece simple, pero como el protagonista no lo es, una historia nos lleva a la otra para dejarnos en el más absoluto de los desamparos al encontrarnos tan solitarios como Petter, su clandestinidad y su egocentrismo. Para muchos, el verdadero final es una necesidad de empezar a contar las propias historias y eso es de lujo.
La copia que milagrosamente conservo me la heredó Lucha González, cuando se mudaba de Panamá, y desde entonces la he prestado muchas veces por mucho tiempo. El libro ha viajado, ha sido olvidado debajo de almohadas prestadas, y ha sido secuestrado por incautos lectores que pensaron darle una hojeada y más bien fueron presa de las bien escritas narraciones de Gaarder.
Como no comprendo el noruego, supongo que sus traductores han hecho un gran trabajo y me suscribo a su sano juicio. A mi me parece una obra hermosa y desprendida de pudores.
Una de las frases que más me gusta leer es la que se refiere a una ida al cine de Petter con su mamá en la que fueron a ver Candilejas de Chaplin: “Me hice adulto cuando vi esa película”.
Pero El Vendedor de Cuentos es mucho más, es un niño que hace una marquita roja en la pared y no puede parar hasta que su mamá llega a casa, es un joven que hacía deberes para sus compañeros, es un hombre que se enamoró tantas veces como mujeres encontró en el camino, es el negocio detrás de la literatura y las ferias de libros, es...el vendedor de cuentos.
Buen provecho!