martes, 22 de diciembre de 2015

El hipócrita sincero


Este es un cuento de José de Jesús Martínez, que se llama “El hipócrita sincero” y pertenece a la colección Cuentos para rodar.


“Una vez había un hipócrita que usaba siempre una máscara.  Un día quiso ser sincero.  Se quitó la máscara y fue a verse el rostro en un espejo.  Era igual que el de la máscara.”


De esas cosas que pasan, tenía fuera de los anaqueles una Revista Lotería de 1998 para mostrársela al artista salvadoreño Renacho Melgar, quien está de visita en Panamá.  Justo ayer me ocurrió que - por casualidad - escuché parte de una conversación en la que una persona, siempre muy amable con sus colegas artistas, hacía una descarga no muy alegre de estos personajes “inflados más allá de lo que son” y se burlaba muy intelectualmente de sus obras.  Nunca – eso si – se lo he escuchado de frente.  Sus razones tendrá, pero anoche me preguntaba por qué me había tocado a mi escuchar lo que esta persona tal vez no diría más allá de su círculo estrecho.  

Hoy, que la revista dedicada a Chuchú Martínez me saludaba con su portada provocadora, abrí el ejemplar justo en la página del cuento que hoy les comparto.  

Entonces, la literatura otra vez dio las respuestas exactas a mis inquietudes humanas y me recordó - que aparte del disfrute - también tiene otros tesoros.



martes, 8 de diciembre de 2015

Stand up comedy, contando la Navidad...o la anti-navidad.

Winnie Sittón, presenta por segunda vez su Stand Up Show "Ron Ponche de la ras"con el que - detrás de las risas - propone identificar todos aquellos absurdos que se dan para estas fechas cada año.

Roberto Quintero, el periodista dentro del cual vive Winnie, trabaja actualmente como freelancer en varios proyectos creativos, pero su pasión es el teatro, y eso lo hemos visto a lo largo de los años con obras como ¿Intimamos?,  A por ellos,  EnantitoVamos a darnos con todo amor, que el fin del mundo está cerca, y la última de ellas, que fue El Ahogado, un proyecto que nace de su admiración por la novela El Ahogado del escritor panameño Tristán Solarte.

En el 2010 ganó el premio nacional de literatura Ricardo Miró con su obra de teatro A por ellos y logró presentarla por espacio de un mes, algo muy difícil de lograr con el Instituto Nacional de Cultura.

Hace unos meses presentó el Stand Up "Bacanal", cuya primera parte disfrutamos y la segunda sufrimos, porque el hombre decidió cantar aquellas canciones melancólicas de los ochenta y noventa. Pero lo perdonamos, porque en suma nos recordó que el amor también es chistoso y que lo que en un momento vemos como una tragedia, después lo recordamos con la dulzura de un momento lejano y superado.

Entonces, este 18 y 19 de Diciembre en el estudio multiuso del GECU, en la Ciudad de Panamá Ron Ponche de la ras. Para ver un adelanto, disfruten el siguiente video.









martes, 10 de noviembre de 2015

Yo no como cuento

A veces tememos a la mentira que pueda evidenciar nuestra ingenuidad, preferimos dudar, sentirnos bajo control de todas las situaciones, advertir que no pueden engañarnos, como para ahuyentar el peligro.

Pero se engaña a un país entero, se distrae al mundo y se finge ante expertos, que no parecen notar las mentiras más grandes de la historia.

Las imitaciones se venden, las réplicas se compran, las ilusiones se creen y se esconden historias debajo de la moral más proba. El mundo sigue girando a pesar de este miedo obsesivo por la mentira y por la verdad.

Los cuentos se tragan, se comen, se cocinan y se administran en distintas cantidades.  Hay mentiras que hacen felices a millones y falsedades que provocan indignación, pero al cabo de un tiempo se diluyen en la vorágine de acontecimientos.

El cuento no hace daño en su naturaleza original, pero si que es usado para fines de todo tipo, muy distintos a entretener, a ejemplificar, a contar de algo que ocurrió.   Mentir es mentir, contar es contar; tratemos de no confundir los conceptos, para que la palabra cuento no pierda su gracia.

martes, 13 de octubre de 2015

Fotografía artística, una manera de contar.

Circula por la gran red una colección de fotografías artísticas de Julia Fullerton Batten  . Han despertado la curiosidad de mucha gente, que comenta sobre las historias que cuentan.
fotógrafa Julia Fullerton Batten
http://juliafullerton-batten.com

Se trata de niñas y niños abandonados, cuyas vidas han sido decididamente anormales.  En algunos casos han sufrido horrores al haber sido abusados, encerrados y castigados por sus progenitores; pero en otros, una suerte extraña les llevó a perderse en la selva, convirtiéndose en uno más de la manada y hasta de la bandada.  “The Feral Children” (Aquí una versión del Panda aburrido: http://www.boredpanda.es/fotografias-ninos-salvajes-reales-fullerton-batten/ ) es el relato fotográfico de estos casos, recreados por la artista y encarnados por modelos maquillados y que posan para mostrar al mundo una imagen extraña.

Pero esta no es la única muestra de la fotógrafa alemana.  Mirando su sitio web se pueden ver otras colecciones, cuyo tema central parece ser la niñez y la adolescencia conflictiva.  Parece querer contar al mundo que la que llamamos etapa feliz no lo es para muchísimas personas que pasan malos ratos; ya sea por la maldad de sus cuidadores, o bien por sus propios conflictos internos.

Ver una fotografía de Fullerton Batten es observar una historia detendida en un detalle.  En realidad, cientos de detalles van narrando a seres humanos en condiciones específicas.  Se pueden notar – sobre todo – las miradas, las posturas, los atuendos y hasta la atmósfera que les rodea.


Ese dicho que citan…una imagen vale más que mil palabras no es exacto.  Cada expresión tiene su valor.  Las imágenes nunca reemplazarán a las palabras, aunque podamos o pretendamos decodificar su escencia.  Pero en esta era de lo audiovisual, la fotografía es un código compartido y todo el arte que acompaña con vestuario, escenografía, peinados, maquillaje y actuación se convierten en un cuento bien narrado para nuestras miradas... entrenadas.

martes, 1 de septiembre de 2015

Míster Taylor

Hemos estado con muchos asuntos que nos distraen, pero siempre nos llega un cuento que nos pone a pensar.  El de este martes nos lo recordó el poeta guatemalteco Javier Payeras, quien - en alusión al tema de la violencia en Centroamérica - nos explicaba cómo funciona esa relación medio perversa entre quien compra el mensaje de violencia y quien lo produce para satisfacer esa aparente necesidad de información.

En el cuento de Augusto Monterroso, Míster Taylor (pinche el nombre para leer el cuento) encuentra en su andar por la región amazónica a unos aborígenes que le ofrecen esta cabecita reducida, la cual termina enviando a su tío en Estados Unidos como obsequio.

Hay que leer el cuento para experimentar el absurdo poco a poco y para reconocer cómo - al igual que sucede hoy en nuestros países latinoamericanos y en las regiones del Medio Oriente - nos vamos creyendo el cuento de que nuestro producto estrella es la maldad, la violencia, la miseria y la necesidad.

En realidad - como dije el otro día en un taller de Tratamiento de la Violencia en los Medios - en Europa y en Estados Unidos se consume mucho la idea de que acá somos unos salvajes y en el fondo
imagen de Internet

es bueno tener ubicado ese salvajismo para sentirse seguros, porque ni por su madre reconocen que cuando se dan esas masacres de alto rating, tiene que ver con los mismos problemas nuestros.  El tipo que mata mucha gente en USA es un enfermo mental aislado, pero si lo hace en Panamá "los índices de violencia se están disparando" y "no sabemos qué hacer con la criminalidad", "hay que subir las penas a los menores delincuentes" y etc.

Mejor dicho, estamos vendiendo cabecitas reducidas al por mayor y hacemos lo que sea por incrementar la producción para satisfacer la demanda de un producto macabro.  Pero un buen día, cuando entendamos el juego en el que estamos metidos, que ese mercado no se satisface hasta que le llegue la última cabecita reducida, la del último sobreviviente de ese mundo violento que hemos armado como un show, al igual que hizo Míster Taylor, nos arrepentiremos con esa impotencia que dice "Perdón, perdón, no lo vuelvo a hacer".

martes, 26 de mayo de 2015

Un poder que no es cuento


A veces a las mujeres se nos olvida el poder que tenemos cuando trabajamos juntas, cuando creamos y resolvemos juntas en lo cotidiano, en las redes, en los ámbitos políticos públicos y en la espiritualidad.  Es como si reaccionáramos constantemente a ese boicot que nos preparan quienes nos prefieren solas, aisladas, reñidas unas con las otras, usando nuestro poder contra nosotras mismas.  Una de las formas de maltrato más duras y crueles que yo veo, es – por ejemplo – la depresión auto-infringida, el castigo que una misma puede darse por no responder al rol que nos da otro (una esposa buena, una madre abnegada, una asistente confiable, o la peor de todas: una mujer que se da a respetar).

Cada día debemos levantarnos a justificar, a demostrar y a cumplir con roles que sirven para propósitos mezquinos.  Verse al final de la jornada con la única satisfacción de que se hizo una comida que alcanzó para todos, que el vestido que compramos fue económico y que no se nos ve más cuerpo de lo debido, que nos hemos sacrificado una vez más por un hijo que ni cuenta se dio, parece ser lo que se nos aplaude desde una especie de palco donde se nos observa con superioridad y en donde siempre se sabe qué es lo mejor.

En tanto, muchas mujeres abnegadas y buenas esposas creen que el destino ha sido cruel con ellas, porque su pareja prefiere a una “cualquiera” muy distinta a ella para vivir su sexualidad.  Es basura, un pensamiento que – como cualquier producto de una sociedad que ha demostrado no funcionar para ser feliz – logra disminuir el poder de esa mujer, a quien – si se deja – también se la golpea, con insinuaciones, con gritos, con control económico y por último, con golpes.

Pero no quería hablar de la violencia doméstica ejercida por un hombre contra una mujer, porque es un problema social que ha sido cómodamente colocado en la ignorancia o psicosis del agresor.  Eso es como tener un conejillo de indias de turno.  Cada día podemos volcar nuestra indignación contra el rostro del noticiero, el que mató, el que agredió.  Por eso nunca encontramos al autor intelectual: al Estado.

Yo quería referirme al desaprovechamiento del poder que hoy se traduce en mujeres boicoteando a mujeres, a aquellas que encuentran una excusa en cualquier fallo humano para señalar a la otra, para culparla, para llevar al sacrificio a la mujer de turno, al reflejo del fracaso personal donde se deposita el odio.  Craso error, lo que hacemos es darle carbón al proceso por el cual se nos anula.  No digo aquí que como personas no tengamos diferencias, pero cuando preferimos ventilarlas públicamente, a espaldas de esa otra hermana, cuando la desacreditamos para evadir resolver un conflicto personal que pudo haberse trabajado con afecto y sinceridad, con paciencia y respeto; estamos hundiendo esa posibilidad creadora conjunta, esa maravilla que son un par de mujeres en cooperación.

Yo lo he vivido varias veces, y una de ellas ha sido el Festival Internacional de Poesía Ars Amandi, en donde – además – trabajamos con hombres que no han temido al poder de la mujer.  Quienes si lo han hecho, se han retirado a soportar desde la distancia, pero quienes reconocen ese poder creador lo reciben alegremente, lo celebran y lo usan a su favor.  Sólo grandes cosas han salido de mi relación de amistad y de trabajo respetuosa con otras mujeres, tanto en las luchas sociales (en las que yo no he sido más que un apoyo algunas veces), como en las artísticas y las domésticas.  Pienso en mi experiencia con Teatro Carilimpia y se ve con claridad lo que aspiro decir; lo mismo ocurre con Pelo Malo Ediciones y me ha pasado en la Universidad, en el barrio y en la escuela de mi hijo, entre otras muchas.  No todas las colaboraciones han salido bien, y es precisamente por esas experiencias que entiendo la dificultad que planteo.

Hoy veo a dos mujeres de la política que sirven de alimento para los voraces comentarios de personas que probablemente no son mejores que ellas, que están gozando que ambas “desnuden” a la otra con “verdades” que en realidad no les interesan.  Lo que les importa es demostrar que las mujeres no deben estar ahí, que nunca debimos tener una mujer presidente, que cada ministra demasiado “bocona” sólo hizo daño a la imagen del país, que lo importante ocurre entre portadores de corbatas.

¿Saben qué pasa con cada comentario?  Que hay una mujer comprobando que no se puede, que no es suficiente, que vive bajo amenaza de ser expuesta públicamente.  No sé si recuerdan a la vice-ministra de un país vecino cuyo video privado fue ventilado en las redes sociales.  Eso es un recordatorio para las mujeres: no se atrevan.  Lo más triste es que las voceras de este recordatorio son otras mujeres. Se dan a la tarea de jugar a juez, de hablar de malos ejemplos, de ridiculizar lo atrevido, lo vivo, lo lúdico, la magia que nos da poder, la sexualidad y la multi-hormonalidad que nos hace fantásticas, distintas, diversas, que nos da más de una posibilidad, el clítoris que puede jugar solo, que ni siquiera una mano necesita para enviar la potencia de su ser al universo.


La mujer más cercana en este momento es un ser capaz de hacer milagros, si; de hacerte creer en El Misterio, en el Cosmos, en la Divinidad con sólo existir.  La mujer más lejana en la que puedas pensar es capaz de conectarse contigo en un código que ni podrías nombrar y de darte la fuerza que necesitas.  Hazme un favor, sonríe y da las gracias, perdona al menos a una – por cabrona que te parezca – y ponte a su disposición para poner este mundo en orden…en verdadero orden.

Con amor,
Lucy.

martes, 5 de mayo de 2015

Literatura en la ciudad... o el cuento de que quieren que leamos


No se sientan mal; ni es cierto que en este país la gente no lee, ni que los esfuerzos estatales están orientados a la lectura como herramienta educativa y de identidad cultural.  Los libros que se usan en los colegios – al menos en Panamá – funcionan como lo hacen las viseras para los caballos de carrera: sólo para ver la pista.  Por si fuera poco, el material que hay en ellos no se puede trabajar en un período escolar (hablemos de la cantidad estúpida de materias que se trabajan en una semana, como si fuesen embutidos) y se hace una selección de esa selección que pretende en su conjunto incentivar la lectura.  En serio, bastaría con folletos de 30 páginas que se trabajaran bien durante el año, porque las otras 150 páginas ni las miran.  He revisado las interacciones en varios libros y resulta frustrante que aún pregunten por el resumen de la historia o que pidan enumerar los personajes sin darle mayor profundidad a la “lectura”.  Entonces, no aprendemos a “leer”, que es mucho más que pasar la vista por las palabras y juntarlas en un frenesí de información.  Leer como decodificar un texto no es algo que puedan aprender en un colegio en estos días, salvo por contadas excepciones donde los milagros ocurren y los educadores trascienden la planificación analítica escolar para permitir que sus estudiantes piensen.

Pero cortemos con el tema de la escuela, hablemos de la literatura en las ciudades.  ¿Eso cómo es?  Hagamos un ejercicio sencillo: usted está en Panamá y le da curiosidad una autora, un título o un sub-género literario.  ¿Qué hace?  Lamentablemente, tiene pocas opciones y una de las más completas será la Librería Cultural, pero tendría que ver cómo hace para llegar al barrio de Perejil y encontrar el local entre pensiones, brujos y fondas.  Dichoso si va en bus, porque le deja en la parada de en frente (la de Calle Primera Perejil); pero tendrá que brincar entre aguas negras y otros obstáculos que le pueden disuadir muy pronto.  Lo otro es irse a Exedra Books, pero lo más seguro es que no haya quien le explique – por ejemplo – qué es eso de “Novela negra” o eso de “micro-cuentos”, ya que lo más que hacen es buscar en la base de datos los títulos que tienen.  Hasta ahí llegó el servicio, póngase a buscar en los anaqueles, por allá donde dice un generalizado “Novela”.  No recuerdo si hay estantería dedicada al cuento, pero si un espacio para la literatura latinoamericana, que es más que lo que hace la tienda de libros El Hombre de la Mancha, donde una vez pregunté por poesía y me dijeron que ellos no vendían eso.  Si, a mi también me quedaron los ojos cuadrados.

Es por eso que cuando voy a Costa Rica se me hace agua la boca, pensando en las librerías que visitaré en los alrededores de la UCR (Universidad de Costa Rica) o en otras áreas de la ciudad, en donde van creciendo como flores.  En Colombia también hay buena oferta de librerías y además, de libros accesibles en precio. Lo que jamás pensé fue encontrar una ciudad donde las librerías compitieran en horario y clientela con bares, restaurantes y teatros.  Esa ciudad es Buenos Aires.

foto de Ximena Troncoso (Poeta y periodista chilena)
en el Barrio San Telmo de Buenos Aires

Es cierto, no en todas las esquinas de Buenos Aires encuentras la cantidad de librerías que puedes visitar en San Telmo o en Corrientes, pero si te entra esa misma curiosidad de la que hipotéticamente hablamos en Panamá, puedes tomar el Subte, el colectivo o simplemente caminar unas cuadras y llegarás a una librería donde no solamente verás clasificaciones que nunca imaginaste, sino que el librero se encargará de orientarte con títulos de acuerdo a tu presupuesto.  No sólo eso, si por casualidad no tienen algo, te podrán recomendar otra librería donde te apuesto a que si hay.  Mi experiencia en CABA (Ciudad Autónoma de Buenos Aires) fue extraordinaria.  No me creía que eran las nueve de la noche y llegaban personas a preguntar por libros, a ojearlos, a conversar sobre ellos, a comparar precios y a llevar la selección de la noche. 

Y una se pregunta ¿Por qué tantas librerías? Dicen que esa ciudad tiene más de 400 librerías o unas 25 por cada 100,000 habitantes. ¿Acaso los argentinos son más ávidos a la lectura?  No lo sé, tendría que buscar algún estudio, pero no me lo pareció.  Solamente sé que tienen una mayor oferta y pueden encontrar desde clásicos hasta versiones económicas de un mismo título, dado el caso de que quieran un libro.  Me parece que tiene que ver con los incentivos que tiene esta actividad comercial, con lo que representa para la ciudad una librería y para el estado la disponibilidad de este producto tan subvalorado en mi país.

Por favor, procuren no hablarme de la Feria del Libro de Panamá.  No sé si todavía creen que cobrar 4 dólares por persona en la entrada amerita ir a buscar libros tan caros como en su librería habitual. Además, que la hacen en uno de los meses más lluviosos y más difíciles para movilizarse, en un lugar donde sólo pasa una ruta de buses y me quiero morir con el delirio del estacionamiento.  No sé, no es cuestión de darse golpes de pecho diciendo que el libro más vendido el año pasado fue el de un comentarista farandulero de CNÑ.  Si yo organizo una feria del libro y me pasa eso, seguramente me voy a replantear mi vida entera.

Cuando tengan incentivos apetitosos para quien promueva arte y cultura, veremos la intención de La Ciudad o del país para proveer a la ciudadanía de una fuente inagotable de recursos valiosos: la literatura. 


martes, 17 de marzo de 2015

A vuelo de pájaro



Esta martes me he encontrado con un polaco y un egipcio en la maravillosa sencillez de dos cuentos breves.
No conocía a Bruno Schulz, escritor polaco asesinado por los nazis, pero nuestra conversación llamada Los Pájaros”  se granjeó de futuro al sentir esa imagen de la nieve como un manto raído, tenue; sentí el gris de la frialdad imperfecta, de los días duros como el pan y del invierno que –desde mi imaginario panameño de lo que son días fríos- ralentiza las horas.  Así está el hombre de este cuento, el hombre del que su hijo habla. Este hombre no amanece transformado en bicho como Gregorio Samsa, este hombre se convierte, poco a poco, en pájaro. Tal vez disipa el horror al asumir él mismo su  transformación, el cuerpo que albergará el espíritu de su existencia. Él cambia esa cotidianidad desabrida como hombre y pasa a ser más como la corneja; para ser más que un día, para mudarse a una nueva jaula. Un retorno a lo animal, a lo más atávico del símbolo. Se incuba una soledad multicolor. “Manía avícola” dice Schulz, la rutina del hombre-pájaro. Es el vuelo de transición a ser otro, a construir un paraíso de alas, plumas y color. Anidar, pajarear, migrar sin volar.
Pero es la mujer, no la esposa, sino la mujer capaz de crear un embrujo de alas, es ella quien le arranca las plumas, la mujer que baila “la danza de la destrucción”. El hombre-pájaro no pudo emprender el vuelo.  O quizá todo ha sido tan sólo alegoría del plumaje alborotado por el influjo de la mujer, Adela, la “frenética bacante”.  
A medio vuelo de "Los pájaros" aterrizo en otra ventanita del explorador digital,  con el cuento de Mahfuz: "Jardín de la infancia". En la página donde lo comparten, incluyen una breve apreciación de Mahfuz por parte de Pedro Martínez Montávez, famoso arabista contemporáneo en la que termina diciendo: Todos los pájaros aprenderán el camino que tú les enseñarás.”  
El cuento está estructurado a modo de  diálogo entre un padre y su hija sobre las distancias religiosas. La niña está angustiada porque pasa casi todo el tiempo con su amiga, excepto en clase de religión donde son separadas porque una es cristiana y la otra musulmana. El padre intenta aplicar la pedagogía,  para al final reconocer que no tiene una respuesta que tranquilice a la niña (ni a él mismo) Aquel torrente de preguntas había removido interrogaciones sedimentadas en lo más hondo de sí.”  Probablemente porque ese que fuimos en el jardín de la infancia no muere, no desaparece, simplemente se adormece por la  madurez que cancela las preguntas y  todo lo que asumimos como tan evidente que nos impide apreciar el vuelo de los pájaros. 
 
Ilustración de Jun Komaori
 
 

 
 
 
 

martes, 24 de febrero de 2015

Siete Vidas Ciegas

Vidas Cegas - Marcelo Benvenutti  Leia o novo. é trimmmassa

          En las vísperas de navidad de 2013 publiqué por acá una reseña de un cuento del amigo Marcelo Benvenutti, cuento que ya traía en su esencia una extraña mezcla de ficción superpuesta en la realidad o viceversa, cada palabra llevando al lector a un viaje ambiguo en donde no sabe si identificarse con los personajes o aborrecerlos, o situarse en el paisaje de la narrativa o que la cabeza le explote tratando de imaginarlo. Bueno pues, seguí leyendo alguna parte de su obra detenidamente, primero porque las secuencias de sus cuentos están en esa delgada línea de realismo y ficción increíble con la que me identifico bastante, segundo porque cuando comienzo leer alguna cosa que valga la pena en una lengua a la que amo y que conozco un poco menos de lo que me gustaría llegar a conocer, pienso de una vez en traducirlo para darle a los otros la oportunidad de tener acceso a la cuestión y así también me ayudo yo mejorando el portugués.
            Entonces, desde finales de diciembre del año pasado, me di a la tarea de traducir siete de los cuentos que más me gustaron del libro Vidas Cegas, siendo “Cegas” Ciegas y Vida como se entiende en el español. Aquí les dejo el resultado del trabajo:

     La vida del verdugo   

           Espero que puedan disfrutar alguno, varios o todos y que se queden reflexionando en la frase que está en la contraportada del libro, que en español panameño vendría a decir más o menos así: "Lea lo nuevo. Es finnnisimo".

martes, 17 de febrero de 2015

Historias como drogas


Nunca he tenido el deseo irrefrenable e imprudente de hacer algo, tanto como seguir leyendo una historia que ya comencé.  No todas, claro.  Estoy leyendo una novela de Bolaños con la que a veces me peleo y la dejo de leer por semanas.  Otros libros los he abandonado sin piedad, conmigo llegaron hasta lo necesario para decir que son insufribles.  Me aburre la pretensión en los autores.  Contarte cosas súper – mega – archi – requete – fantásticas no es una fórmula infalible de éxito.  La vida tiene historias comunes y corrientes que  - bien contadas – nos pueden conectar inmediatamente, como la historia de Doree en el libro de cuentos de la escritora canadiense Alice Munro.

Pero volvamos al deseo irrefrenable, al drive – que se dice en inglés – que nos consume hasta que logramos la dosis.  Conozco a varias personas maravillosas que tienen esta relación con ciertas drogas.  De pronto las notas nerviosas o inquietas, como si algo les faltara, pero están a gusto con quien y donde están.  Lo que les falta es “un jale” y ya.  Después vuelven tranquilas a lo que estaban o simplemente se van en su viaje al más allá. Lo considero totalmente válido.  La vida no tiene que ser una sucesión de deberes y la química perfecta del organismo exige diferentes tipos de balance.  Conozco gente que lo hace con el deporte.   Se envician, al punto de que ya no disfrutan totalmente otras actividades.  Están a gusto en un lugar y deben irse a correr o a meterse una dosis de máquinas de gimnasio.

A mi eso me ha pasado con algunos libros, o más bien con las historias que empiezo y que de alguna forma se me meten en el organismo, me alborotan, hacen que mi imaginación vuele y hasta llegan a distorsionar mi visión de la realidad.  Recuerdo cuando leí Basura de Facionlince.  El protagonista solía revisar la basura de un escritor vecino y esos descubrimientos (al margen de que sufría con las porquerías que le tocaba separar algunas veces) me inquietaban, al punto de que las pocas veces que interrumpí su lectura no hallaba paz hasta volver con el libro.

Y… si, estando ya de vuelta en la lectura sentía que me elevaba, como si la dosis fuera lo que el cuerpo realmente necesitaba y el mundo dejaba de existir.  Claro que puedo parar, lo puedo hacer cuando quiera, pero no quiero.  Ya sé que van a decir que exactamente eso dice un drogadicto y que un día de estos me van a tener que internar en una clínica de recuperación para adictos a la lectura, que mi familia deberá integrarse a una asociación de familiares de adictos a libros o algo así, pero no.  Yo he pasado grandes periodos de tiempo sin leer (casi semanas), lo que pasa es que cuando agarro una historia que me atrapa, el mundo cambia.

Ayer por la tarde tomé ese libro de cuentos de Alice Munro y ojeé la primera página del cuento "Dimensiones", creyendo que igual que la historia de “Cara”, no iba a ser tan fuerte como para decir “Si, esta mujer por algo es Premio Nobel”,  pero es lo peor que puedes hacer cuando te quedan unos minutos para salir de casa.  Por un momento pensé llevármelo, pero me recordé a mi misma que iba a una reunión con amigos, y que sería odioso apartarme a leer mientras el resto compartía armoniosamente.

¿Van a creer que estando ya en la sobremesa me metí al baño con el teléfono celular y busqué en Google por si acaso el cuento estaba publicado en Internet?  Mientras el aparato buscaba decidí salir del cuarto de baño y me incorporé a la conversación, mirando furtivamente hasta que pude ver que la búsqueda dio con un enlace donde se podían ver las primeras palabras que había leído hacía un par de horas. Si, decía “Doree tenía que coger tres autobuses…” tal como en el libro.   Era ese.  Lo abrí para ver si seguía y a pesar de lo pequeña que es la pantalla de mi aparato, pude ver que continuaba a un punto en el que yo quería saber a dónde demonios iba con tanta inseguridad, quería saber por qué me latía que iba en el bus con la pobre Doree a ver a alguien con quien le había pasado “lo que le había pasado”.

De pronto sentí la mirada inquisidora de nuestra amiga Isabel.  Creo que estaba molesta porque varias personas mirábamos el celular y llegó a preguntar con cierto sarcasmo, si por casualidad estábamos chateando entre nosotras.   Me di cuenta de lo grosera que me vi con ese aparato acaparando mi atención, así que lo cerré y traté de concentrarme en el vino y la conversación.  Empecé a bostezar disimuladamente, pero de pronto hasta el bostezo se hizo evidente y algo se rompió en esa tertulia.  Yo – de verdad – no quería incomodarles, pero dije un par de veces que moría del sueño y lo mejor era salir de ahí antes de que no pudiera conducir.

Al llegar a casa el libro estaba ahí en la mesa, me quité la ropa en el camino, como si un amante de estreno me esperase en la cama.  Ahí estaban en la mañana, los zapatos en la sala, el pantalón en la manigueta de la puerta de mi dormitorio, la camiseta al borde de la cama y el libro “Demasiada felicidad” junto a mi para seguir su lectura con el primer café de este maravilloso martes de febrero, que siendo día de Carnaval nos tiene la ciudad vacía, sin ruidos cotidianos y sin compromisos que atender en la mañana. 

La historia ha terminado, no como esperaba, sino incongruente como la vida misma.  Creo que esta mujer – tan sólo con esa historia – se ganó mi corazón desquiciado, mi firme creencia de que en lo cotidiano, la gente que camina por las calles sin apariencia de algo importante, protagoniza las historias más interesantes y decididamente inquietantes del universo.