martes, 29 de noviembre de 2011

No eres tú, soy yo…


Ya sé que es un lugar común, pero no es literatura de lo que estamos hablando. Pasa en la calle, en las bancas de las plazas, en las cafeterías iluminadas y también en los umbrales de las puertas que una vez nos recibieron con alegría.  Es un cuento que más vale creer, para resistirse dignamente a la realidad.

Si, posiblemente cuando te lo digan, se te empiece a henchir el pecho, con una sensación de grandeza, porque pobrecita la persona que te lo confiesa apesadumbrada, que tiene un problema existencial a resolverse con terapia extrema, pero mientras tú fantaseas con que serás la primera persona que llame cuando se le pase, ya va doblando la esquina en compañía de su verdadero motivo.

Haces bien, quienes ya no creemos en esa historia, la escuchamos con una sonrisa fingida, diciendo para adentro “qué suerte la mía, de tanta tontería que se le pudo ocurrir, viene y me suelta este guión de bajo presupuesto”.  En todo caso, igual es mejor despedirse con ese abrazo de actuación magistral, con ese corte de “cómo te quiero, pero esto está más allá de mi alcance”, y dependiendo del presupuesto, mandarse al Himalaya, a los Alpes Suizos, al Amazonas o en el peor de los escenarios financieros, proponerte al fin leer todos esos libros a los que no les has quitado ni el plástico por andar, según tú, cuidando tu relación.

Pero hazlo, porque si te animas a encontrarte con amistades que tenías abandonadas, a frecuentar lugares por la nostalgia y a buscarle deliberadamente en donde crees que va a estar para que al verte se cure milagrosamente, es probable que te encuentres el cuadro aleccionador de esa persona y su verdadero motivo, compartiendo el postre con una sola cucharita.

Vaya…entonces, ya sabes, la próxima vez que alguien te diga “No eres tú, soy yo…” mejor créele, crécete y piérdete del mapa.  Cuando te toque decirlo, sabrás exactamente de qué estoy hablando.

Buen martes!