jueves, 20 de junio de 2013

Leonardo

Leonardo se sentó bajo el sicomoro con el cuaderno abierto y el lápiz entre sus dedos inquietos, esperando que la naturaleza le contara su próximo secreto. Comenzó a llover. Corriendo para proteger su recuento de curiosidades, mecanismos e inventos, fue a refugiarse junto al caballo apodado Fulatino, en el establo de la casa en la que se hospedaba por esos días, camino a Milán. Poco a poco se fue quedando dormido con el zumbido de una mosca de mediodía. Cuando despertó, su cuaderno tenía dibujado en trazos finos, una orquídea, y encerrada entre signos de interrogación, la inquietante palabra: sexo Consuelo Tomás Junio /2013