Mi querida Tatiana me manda desde Guatemala un forward de esos "interesantes" con esto de la teoría del vacío, poniéndome a pensar un poco cuántas cosas acumulo por esa manía de conservar. Recolecto y guardo hasta casi no tener espacio para recibir nuevas cosas, y eso incluye pleitos, amores y miedos.
Precisamente hoy me estaba lamentando de haber prestado mi libro de cuentos "La Plaza de los Poetas", del escritor hondureño Alvaro Cálix. Luego me pregunté ¿para qué agregarlo a la torre que se levanta sobre la mesita de noche? Eso no sería lo peor, sino relegarlo al librero del pasillo, ese que sólo vuelve a la vida cuando queremos citar a un autor, revisar un texto que aparece fantasmagóricamente en el recuerdo, y para enseñarle a cualquier incauto la colección de publicaciones de tal o cual. Si soy injusta lo dejo ahí. Si no, lo presto, lo regalo o lo devuelvo a la mesita de noche para volverlo a querer.
Tony me pregunta -tal vez con cierta alevosía- cuántos libros he vuelto a leer (sin contar los de poesía, porque hay unos que seguramente retomé unas quince veces como los de Chuchú y los de Orestes Nieto), y yo no le contesto porque me parece odioso recordarme la inconsistencia.
Odio la petulancia de los que tienen muchos libros. Cuando alguien me dice que tiene una biblioteca enorme, siento que es un acomplejado.
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