martes, 6 de noviembre de 2007

El Lobo y las Siete Cabritas

Nos estamos olvidando de los cuentos a la hora de empezar. El cuento es que estoy leyendo una novela y casi no me deja tiempo para cuentos. Me salva entonces un niño de tres años que me pide una historia, y yo - toda aburrida - no puedo dejar de pensar en mi lectura, pero no se la puedo contar porque se trata de un asesinato múltiple. Así es que le pido que me cuente una a mi, sólo para darme cuenta de lo mal que estamos comenzando con su apreciación literaria.

El niño me trae una versión impresa de El Lobo y las Siete Cabritas del cual les coloco un link cualquiera para la referencia que algunos querrán, a falta de niños y libros de cuento. En el momento en el que empieza a pasar las páginas y a explicarme cómo la buena mamá cabra se va al bosque a buscar comida para sus siete cabritas todo va bien, porque las mamás somos buenas (cuando no regañamos y recogemos los juguetes bien calladitas) y siempre andamos buscando alimentos en lugares tenebrosos como el supermercado, las verdulerías de pacotilla que tenemos en esta ciudad y los restaurantes fast-food.

Total que el niño sigue por la parte en la que el lobo toca la puerta y las cabritas le dicen que no abrirán porque no es la mamá, quien al contrario del lobo, tiene una voz "suave y placentera". Wao!!! es la misma descripción con la que anuncian las líneas calientes del sexo...! Un poco nerviosa le pido que siga. Entonces dice que el lobo se comió un poco de tiza y con eso logró suavizar la voz. ¿Será por eso que mi sobrino comía tiza de pequeño?

El diálogo continúa, el lobo se disfraza y logra engañar a sus víctimas. Entra y arrasa con las hijas ajenas, menos una que será la testigo y ayudante de la madre cabra en el rescate. Eso último será posible porque en los libros de los niños el malo siempre es tonto y olvida -por ejemplo- masticar antes de tragar.

Finalmente la madre abre al lobo a punta de tijeras (dormido por el esfuerzo digestivo de tener seis cabras vivas brincando en la barriga), y realizando una rápidísima operación quirúrgica, saca a sus crías y después de empacarlo con piedras, lo cose magistralmente sin que signifique para el lobo dolor alguno. Como las piedras le dan sed -porque para los que no sepan, comer piedras da sed- el lobo, ya bastante civilizado se va a tomar agua al pozo y se cae de su peso.

Al mejor estilo de las historias en las que la víctima va perdiendo los valores humanos (o de buenas cabritas) por todo lo que sufre, las hijas de la cabra "celebran" la muerte del lobo, bailando junto al pozo.

¿Qué estoy haciendo? Me pregunto. Sus primeros contactos con la literatura son historias con estereotipos imposibles de sostener, con personajes que son buenos "por decreto" aunque actuen en contra de su humanidad (o cabrilidad, si quieren), lo colocan ante situaciones de terror como ser devorado por un enorme y horrible tipo contra el que sólo la madre puede actuar (...cuando se duerma). Y si el susto de imaginarse en el lugar de las cabritas causó en él lo que una buena obra literaria podría producir en un lector promedio, el sumergirse en el asesinato del lobo junto a la madre (esa buena mujer/cabra sin la cual no hay comida) también debe tener su propósito en el cuento, aparte de terminar con un "final feliz".

La historia de los cuentos para niños tiene una tradición de entretenimiento en las interminables tardes de pueblo y de afán por aconductar a los inquietos. Es la idea de la caperucita roja original, por lo que sé, y la de tantas otras historias, incluyendo a La Tulivieja. Miedo, adrenalina, historias en las que el protagonista se parece a uno, eso si, pero ¿patas blancas como sinónimo de estar a salvo? Creo que mejor hubiera sido contarle sobre la novela.

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