martes, 9 de septiembre de 2008

cuenta-cuentos

Enciendes la televisión, nada bueno. No estás para pensar, quieres algo que te saque del mundo sin moverte de ese sofá que ya tiene tu olor impregnado. Miras el reloj y te parece que hay una esperanza. Pronto se acabará la tanda y probablemente siga una buena serie de esas que no tienen contenido, que hablan de lo mismo, de la esquizofrenia. Podrás reírte un rato de ti mismo, de la reacción exagerada ante la mantequillera vacía, de la frustración por la Serie Mundial. De pronto aparecen los créditos, ese actor es bueno, los demás no los conozco. Siempre supiste que tu mala memoria te perseguiría en todo. Es así, ni siquiera te acuerdas si ya viste esa película. Sigues porque aunque no querías, siempre puedes ver un rato y cambiar el canal. Eso es, vas a ver veinte minutos y te largas a otro canal.

Dos días más tarde estás en un café con tus colegas esperando por tu emparedado. Llegan las bebidas y entra por la puerta una mujer fatal. Se miran y alguien se atreve a preguntar si es Halloween o si están filmando una película cerca. Todos se ríen y tú aprovechas para contar aquel hallazgo de película que no pensabas ver. Llegan los emparedados y nadie te quita la vista de encima. El tuyo está allí enfriándose, mientras tú te conviertes en un cuenta-cuentos.

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