martes, 24 de marzo de 2009

El árbol de la vida


La semana pasada estuve con estudiantes de octavo y décimo en un colegio, y les decía a los muchachos sobre esta idea de que el hombre y la mujer fueron humanos por completo cuando empezaron a nombrar las cosas. De ese ejercicio, el punto máximo es la poesía.

Había pasado los últimos tres días participando en un taller de poesía con Roberto Manzano, gracias a las gestiones del Instituto Nacional de Cultura. Este poeta, crítico y maestro estuvo en el país por dos semanas – según él mismo nos contaba con mucha emoción – a partir de una sugerencia que los jurados del Concurso Ricardo Miró le hicieron a Anel Rodríguez para mejorar la calidad de los trabajos que se presenten a este importante concurso a través de la oferta de talleres literarios. Anel les tomó la palabra y se propuso traer a los mejores maestros de la región para los escritores panameños que quisieran aprovecharlos. Dicen que su desconcierto (de Anel) fue evidente cuando el primer día de taller (el 9 de marzo) vio que habían sillas vacías. Pensaba volver a partir del día siguiente a tomar las clases de poesía de Manzano. Quería que su presencia fuera aprovechada al máximo, y él mismo daría el ejemplo.

A partir de entonces el taller tomó un sentido más grande: la gratitud. De allí surgieron varios textos para honrar y agradecer a quien se había tomado en serio a los artistas. Muchos de estos textos fueron leídos el 20 de marzo en la jornada de lecturas que los funcionarios del INAC organizaron para honrar la memoria de su jefe en el día de la poesía, incluso uno del mismo Roberto Manzano, quien escribió una “Elegía urgente para Anel Omar” y la compartió con los panameños antes de volver a su tierra.

De este taller, surgió también la idea de volver al lugar donde la muerte quiso vencer a la esperanza. Si la poesía es la expresión más alta y sublime de la palabra, entonces debía ser capaz de responder lo que la lógica no alcanzaba a explicar.

Por eso volvimos al árbol en cuyas raíces reposó por última vez el Anel abatido por la tragedia de nuestra sociedad, volvimos a ese pedazo de vida en el que se refugió y en cuyo suelo dejó la vida que empezó a dar frutos inmediatamente. Estos frutos de los que hablo son, por ejemplo, gente que se inspiró y probó su capacidad de escribir textos poéticos, anecdotarios, declaraciones, etc.; otros se convirtieron en promotores culturales, se generaron nuevas amistades, se renovaron otras; los chicos del ballet nacional ya no pueden parar, le están preparando una función especial; los del taller Guilled; en fin, ese árbol se ha vuelto el punto de partida para una especie de movimiento que intenta recuperar la paz a través del arte, de las manifestaciones culturales nuestras y así dar a la muerte lo único que la dignifica: la vida.

FOTOS: (ambas fotos son propiedad de Lucy Cristina Chau y fueron tomadas el 21 de marzo de 2009) se pueden usar con el debido crédito.
1. Raíces del árbol donde murió Anel Rodríguez (la rosa la encontramos ahí)
2. Pintor panameño de la etnia Kuna, Ologuaidi.

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