martes, 27 de diciembre de 2011

La Víbora

La Víbora cuenta la historia de Olga Viacheslávovna. Fue escrita por Alexéi Nikoláievich Tolstoi en el periodo de la post-guerra civil rusa. La trama no sigue una continuidad lineal de tiempo, pero eso no puede saberse hasta avanzada la lectura, elemento que ayuda a que párrafo tras párrafo uno se vaya sintiendo como un observador más de por lo menos tres épocas históricas de Rusia que son cortas pero bien marcadas. Por ello, además de ser un cuento en el que se van sintiendo las emociones humanas más naturales y por momentos extremas, también se puede aprender bastante de la historia contemporánea de aquella sociedad tan misteriosa para nosotros.
Alexéi Nikoláievich Tolstoi va creando a lo largo del relato imágenes con sus palabras, es por eso que digo que uno se siente como un observador de lo que acontece antes de la guerra, en medio de la artillería con el frio de Siberia quemando la piel o en la industrialización con sus metales. Como si fuera poco Tolstoi también crea emociones y es entonces que de observadores pasamos a ser protagonistas, nos convertimos en Olga Viacheslávovna, con sus ilusiones de colegiala, con los sufrimientos del presidio, se va sintiendo la impotencia en medio de las tragedias, el amor en la guerra, el desconcierto y la desorientación al vagar por una Rusia desecha a fuerza de cañón, se sienten los odios en las miradas de los transeúntes que miran con ojos de vasos capilares reventados, hasta sentir la monotonía paralizante al escuchar el sonido uniforme del teclear de las máquinas de escribir de los despachos burocráticos oscuros y hediondos a cigarros de baja calidad.
La narrativa magistral de Tolstoi, así como la de otros grandes narradores de la Rusia ese tiempo está casi desprovista de colores vivos y hasta lo cómico suele estar pintado con tonos grises, por eso hay que hacer la advertencia a quien esté esperando un final feliz, de que definitivamente no lo encontrará aquí, muy por el contrario, quien se atreva a leer este cuento deberá arriesgarse a caminar por soviéticas sendas sombrías, saber que en cualquier momento sobrevendrá el ataque de la víbora y luego tratar seguir andando bajo los efectos del veneno sin perderse.
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