martes, 21 de junio de 2016

Kundera para reírse

Estoy por la primera parte de El libro de los Amores Ridículos de Milán Kundera, un escritor nacido en la Checoslovaquia de 1929 y cuya obra está muy permeada por la situación política de su país, de donde sale a mediados de los 70 casi tan asfixiado económica y socialmente como el protagonista de su obra más famosa: La insoportable levedad del ser.

Esta primera historia, llamada “Nadie se va a reír” es un cuento perverso, dónde el personaje principal – un profesor asistente de Historia de la pintura, que aspira una cátedra en la Universidad – se ve envuelto en una serie de situaciones incómodas, como consecuencia de dos acciones que nunca pensó fueran a volverse un problema.  La primera, una crítica de arte publicada en una revista científica; y la otra, su manifiesto desinterés por hacer un informe sobre un estudio escrito por el señor Zaturecky, que a nadie le interesaba.  La revista “Pensamiento Artísitico” le había derivado la responsabilidad de rechazar el trabajo; y él, un crítico de arte bastante ajeno a las complacencias egocéntricas que suelen darse en los ámbitos artísticos en los cuales se elogian  entre sí (o al menos no hablan mal del trabajo del otro), como un pacto de caballeros, trató el asunto con desdén, pensando que para el autor la cosa quedaría en el olvido.

Esta es la apuesta de la literatura, que a pesar del paso del tiempo y de la aparente diferencia entre circunstancias históricas, las situaciones son vigentes y son escritas con posibilidad de ser comprendidas más allá del intelecto.  Milán Kundera sigue hablando sobre su dificultad como escritor en la Checoslovaquia de los años 70, cuando la censura se ejercía no sólo en la prohibición de circular ciertos textos, sino en la censura social con actitud pasivo-agresiva, en la que hasta la Junta de Vecinos se incomoda al ver que el profesor se daba el lujo de no atender la necesidad de un “camarada” de publicar un artículo mal hecho, con el sólo propósito de “ser reconocido como científico” ante la sociedad. 

Unas cuatro o cinco palabras nos hablan de la situación de represión intelectual que vivía el autor, del poder institucional que reinaba en la mediocridad y de la mojigatería que acuerpaba estos falsos baluartes de la intelectualidad y el arte.  Y sin embargo, todo el cuento es para reírse, para reírse de lo increíblemente absurdo que puede ser insinuarle al crítico el daño que le hace al Status quo y por reclarmarle la humillación que recibe un plagiador por un trabajo lleno de incongruencias, lo ridículo que puede ser juzgar la vida privada de una persona en un Comité de Vecinos y lo incómodo que resulta discutir la redacción de un estudio científico con una persona que no sabe leer.

Milán Kunderas dice que fue uno de los trabajos que más disfrutó porque estaba en la época más feliz de su vida, pero no por el tono de estos escritos dejó de ser crítico con el sistema. Tampoco deja de ser afilado para señalar a la sociedad hipócrita y para que sus personajes digan las verdades que a él la época no le permitió.

La historia - como dije - es vigente. No se logra salir ileso del trabajo del crítico de arte.  Los pequeños mundos del arte creen que sus trabajos no son criticables, que una vez salidos de sus manos representan a la humanidad y están dispuestos a vengarse en la esfera social.   El crítico que no da concesiones a las "figuras importantes" pasa a ser un indeseable, un paria que se va quedando sólo con su amargura y que seguramente es criticable desde la construcción social, porque su vida íntima suele ser el único elemento para combatirlo.  Los centros de enseñanza privilegian la mediocridad, se basan en una meritocrácia que ni siquiera alcanza para sustentar sus decisiones.  Se pierden buenos profesores que no están dispuestos a negociar el aprendizaje de sus estudiantes por acumular seminarios y diplomas vacíos.  Todavía vale más la presión social, que el amor y el deseo de felicidad y lo último en lo que se interesa la sociedad es en la verdad.

Lo bueno es que leyendo El Libro de los Amores Ridículos, podemos reírnos.


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