domingo, 3 de junio de 2007

una pasión por el cuento

La historia del cuento es larga. El otro día escuché un fragmento de este recorrido histórico, escrito por un periodista español que vive ahora aquí en Panamá. Como sea que los escritos de este hombre son muy llevaderos y contagian de su constante mezcla de nostalgia y alegría (combinación para pocos concedida), yo me dejé llevar por esas sendas del cuento hasta encontrarme identificada con las famosas "horas del cuento", que según sus investigaciones, se extendieron entre continentes con la rapidez propia de la globa, la munida o la planetización.

Sin embargo, me dije a mí misma - con la necedad crítica que a veces me persigue incómodamente - que El Cuento de los Martes era mucho más que una "hora del cuento". Porque no se trataba de traer un cuentecito bien envuelto en papel de recuerdos alegres para compartirlo con un público abierto a la fantasía como precondición necesaria. Los martes era todo un cuento en sí mismo. En primer lugar era el día del pretexto, porque hay que tener un cuento para salir de casa en la prima noche o para no llegar en ese suspiro eterno en que se convierte el expreso "del trabajo a la casa".

Luego, estaba la seguridad de que para honrar el nombre, al inicio siempre se leía un cuento. Eso era como saber que una pareja inicia el baile en una fiesta. Nada de sorpresas, pero sí que una intriga por saber cuál. El cuento de la semana era siempre el inicio de otros cuentos. Era un asunto totalmente conceptivo, dado que generaba - amparado por la cerveza, la compañía, la música en fondo y un montón de factores sugerentes como aquel atrapasueños - múltiples y hermosas tertulias que hasta hoy se siguen convirtiendo en cuentos.

Para decir la verdad, siempre fui demasiado poco para El Cuento de los Martes. Es un asunto que me superó, y lo confieso con la inocencia pendeja de quien se desprende sin malicia de su idea. También acepto que ese f e n ó m e n o pasa repetidamente en millones de lugares, sin que uno le ponga nombre u horario. El caso es que este consiguió identidad, tenía rostros, tenía voces, tenía imagen, y no era tan espontáneo como otros, pero si fue suficientemente fluído como para resultar atractivo. Quien no estuvo en El Cuento de los Martes lo notó. Decirlo puede ser un atrevimiento ingenuo, pero hay cosas que uno va entendiendo con los años y las capas.

Yo, que tengo una pasión por la narración, sé que no fue una "hora del cuento", yo experimenté el pretexto como cuento, le aposté a la lectura entonada y me hice parte de muchos cuentillos de corredor. Yo me desplegué en la voz que se corre por la ciudad, y también me hice invisible, porque muchos nunca supieron quién lo inventó. Pero también escuché, me hice cómplice de algunas historias y oí por accidente otras tantas. Viví un cuento, me hice vieja y volví a nacer en este lapso.

Ahora lo entiendo. Por eso lo comparto aquí, lo ofrezco, lo devuelvo.

Lucy Cristina Chau

4 comentarios:

  1. Tu poesía es extensa. Las sorpresas buenas que uno tiene en la web, y me hacen sonreír con disimulo.

    Un Saludo.

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  2. Palabras hermosas en un día caluroso. Qué refrescante!

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  3. Qué rico este espacio. Me gustaría que se comentaran más cuentos que los que tienen al margen. Dónde se reúnen ahora?

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  4. Claudia,
    ahorita ya no nos estamos reuniendo en carne y hueso. La cosa queda en la web a tu disposición. La idea es hablar también de otros cuentos, así es que mantente atenta.

    gracias!

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