martes, 20 de octubre de 2009

El peligro de una única historia

Chimmamanda Ngozi Adichie es una joven escritora nigeriana, académica de Yale, con una propuesta artística muy concreta: entender que hay varias versiones de cada historia. De ella se dice que es la promesa literaria de Africa, un continente que - como dice Adichie en una entrevista para la televisión portuguesa - está acostumbrado a escuchar lo que otros cuentan de su vida. Le preocupa que no haya mucha literatura escrita por africanos, sobre todo porque a lo largo de la historia son los europeos quienes narran a sus antepasados (y a sus contemporáneos) como "animales sin cabeza con los ojos dibujados en la ropa", legiones enteras plagadas con el HIV, miserables sin educación ni futuro y gente abatida por la guerra.

Pero la propuesta de su conferencia "The danger of a single story" puede y debe ser tomada por los latinoamericanos, como una invitación a seguir contando nuestra versión de la historia, de nuestra gente, de nuestras tierras. Ella, por ejemplo, nos habla de un México que conoció en las universidades de los Estados Unidos. Dice que son contrabandistas, ladrones, indocumentados e ignorantes, a quienes ella esperaba encontrar en su primer viaje a ese país.
Adichie nos recuerda cuan impresionables somos ante la literatura, particularmente cuando somos infantes, y nos pone como ejemplo su propio caso. Ella, nacida en la clase media nigeriana, educada en el contexto de una ciudad universitaria por el trabajo de sus padres, contaba sus primeras historias con personajes de grandes ojos azules, que jugaban en la nieve, añoraban el sol y tomaban Ginger Beer.

Personalmente, y apoyada por las muñecas Barbie de todo el vecindario, el imaginario de lo normal para mi, también fue un mundo de bosques de pino, abrigos de lana, casitas con el techo de dos aguas y árboles de manzana. En mi patio crecían limones, papayas, yuca y ñame. Me frustraba eso, y tener un gallinero en vez de patos u ovejas. Siempre me angustió no entender qué era un huso, como el que le cambió la vida a La Bella Durmiente. Eso, además de no entender exactamente en qué consistía ser bella y por qué todas las bellas vivían al otro lado del mundo, usaban abrigos rojos y tenían la cara rosada.

Aunque esta mujer menciona al filósofo John Locke como fundador en occidente de ideas erróneas sobre África en muchos de sus ensayos, no parece creer que esto tenga más peso en el imaginario mundial que toda la literatura que se expande sobre las grandes llanuras africanas, en las que los nativos se entremezclan promiscuamente con los animales y brincan de gusto al ver a un hombre blanco vestido con extraños sombreros y ropa color de arena. Lo mismo ocurre en el arte audiovisual, como lo planteaba la antropóloga costarricense Anabel Contreras, en su conferencia sobre la deformación de América Latina en el cine. Ésta última, nos recordaba como Disney presenta al personaje José Carioca (el latin lover de las caricaturas) en el corto animado "Aquarela do Brazil", en el año 1942. Así es que para quienes conocieron esta versión de nuestras tierras tropicales, se dejaron impresionar por una vegetación que hace coreografías y coros, una fauna servicial, y personajes que sacan música hasta de un paraguas, que beben aguardiente como si fuera jugo de frutas, que caminan bailando, con ese potencial sexual envidiable y esa forma de hablar inentendible, pero con una admiración extrema por Hollywood. Así nos diseñaron y así fuimos poco a poco cediendo para encajar con el imaginario creado por quienes escribieron nuestra historia.
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Por todo lo anterior, Chimmamanda Ngozi Adichie, escritora nigeriana y académica de Yale, nos invita a escribir y a consumir literatura en la que nosotros nos contemos a nosotros, en la que reconstruyamos lo devastado por tanta incomprensión, por tanta lucha de poder, por tanta tiranía y racismo.

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