martes, 27 de octubre de 2009

Siestas Dominicales

Este singular cuento de la escritora Claribel Alegría (disponible aquí en Latino Literature), publicado en 1997 por UCA Editores en El Salvador, va de la mano con una realidad indiscutible, que su autora supo destacar con una sencillez aterradora. Me refiero a la candidez, aquella maravillosa condición que solemos perder cuando todavía pudieramos seguir siendo felices en su hermosa presencia.

Aunque esta historia lanza muchos cuestionamientos, lo cierto es que también nos recuerda que una vez fuimos niños para asombrarnos, para absorver comportamientos de los grandes, y sobre todo para pensar que todo lo sabíamos imitar bien. Se sabe que si, que los niños - y no sólo estos intrépidos niños narrados por Claribel - encuentran sus propias explicaciones, que tienen sus lógicas particulares y que para ellos todo es un juego; pero es difícil pensar que podrían actuar una escena sexual sin los recovecos que le implantamos los adultos. Es decir, toda la cuestión mental y sentimental se ve simplificada en esta historia, que nos descoloca por su contundente veracidad.

La escritora usa principalmente el diálogo como recurso narrativo, y una diría que no cabe más nada, porque en cuestión de niños, cualquier interpretación queda sobrando. Sin embargo, cuando recurre a la narración de testigo, pareciera que se tratara de otro niño; ya que describe la situación casi que con igual inocencia. Es como si hubiera decidido dejar que una niña o un niño nos contaran esta historia desde su punto de vista.

Hay muy pocas palabras, como "alborozada", "implorando" y "exhaló", las cuales tal vez pudieran despistar de éste último dato, pero por lo demás, se deja leer como si fuera un relato infantil, pero domesticado con buen manejo del ritmo y estructurado para disfrutar el entorno veraniego de estas aventuras pueriles.


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