martes, 29 de diciembre de 2009

anécdotas

Pequeñas historias personales que convierten a cualquier persona en un potencial cuenta-cuentos. "Yo tenía un profesor que se dormía en clase, pero sobre todo cuando nos ponía pruebas escritas. Así que una vez le hicimos una broma: la clase entera salió sigilosamente y dejamos los exámenes en el escritorio". Esa sería una anécdota inolvidable, lástima que nadie me la haya contado. Me pregunto si habrá ocurrido alguna vez.

Si, también hay quienes hacen de un detalle una falsa anécdota, un verdadero cuento inédito. Hay las que parecen mentira y otras que cuando van llegando al final revelan su inutilidad. Vaya que si. El autor comienza con gran entusiasmo y se va desinflando en cuanto se descubre a sí mismo en medio de una historia tonta.


Como se espera que los escritores tengan su anécdota personal con algún famoso, yo elijo contar la mía con Gabriel García Márquez. Para darle veracidad, les dejo el autógrafo adquirido.

Resulta que estaba yo en Cartagena (típica frase introductora), trabajando con la UNESCO y la FNPI. Mi contacto en la ciudad era una chica muy simpática, con la que organizamos un evento para periodistas. Tomábamos un descanso en mi habitación del hotel, cuando me pidió el teléfono para llamar a su tío, como solía hacer después de almuerzo. A pesar de que las llamadas en los hoteles suelen ser costosas, se lo presté. Pasados unos minutos empecé a pensar en esto del costo, pero algo me contuvo de protestar: ella le decía "tío Gabo" y le contaba que ya estaban en la ciudad los periodistas de Jaimito (Jaime Abello, el colombiano). "Viera tío, que estoy con Lucy, una panameña que tiene unos cuentos más buenos...". Y de pronto...me extiende el teléfono: mi tío, que la quiere conocer, dijo sin más pre-aviso que una pícara sonrisa.

¿Tu tío es Gabo, el escritor? Si, me dijo, ese. Y mi traicionero dedito índice empezó a decir que no como loco. Pero la suerte fue que la sobrina intrépida estuvo genial y con un par de comentarios más entre el teléfono y mi palidez, me acercó la oreja al auricular.

Hablamos. Fuimos grandes amigos y nos dimos cita en el lobby del hotel. Cuatro de la tarde y llegó vestido de blanco, pero un tropel de gente lo rodeó. Claro, periodistas. No firma autógrafos sino en libros y yo no tenía uno suyo. No, además se acabaron en la tienda del hotel. Si, demasiados periodistas, todos queriendo su anécdota con famoso. Yo ni siquiera era periodista, y cargaba mi nueva adquisición: historias de Cronopios y Famas, de Julio Cortázar, recién comprado mientras esperaba.

El feliz encuentro se dio en medio del tumulto. Yo soy Lucy. Ah...la panameña. Es un placer conocerte. Igualmente. ¿También quieres que te firme un libro? No, es que no tengo uno suyo, sino algo que acabo de conseguir. ¿Quieres que te lo firme? ¿Lo haría? Lo haría. Lo demás fue historia, señoras y señores: "Para Lucy, de uno que hubiera querido ser Julio, GG Márquez 99".

Fui muy feliz, porque a parte de constatar nuestra mutua admiración por Cortázar, la complicidad de una cita frustrada por la fama me dejó el buen sabor de conocer de un artista de la palabra, que es además humilde y honesto con la literatura. (Bueno, este párrafo es más bien después, cuando a uno le preguntan ¿y qué sentiste?).






2 comentarios:

  1. Siempre me ha emocionado cuando leo y releo Cien Años de Soledad, y de pronto el autor aparece como personaje de su propia novela y se da una visita por Rayuela. Gabriel llega a la habitación donde moriría Rocamadour!

    Esa conexión violenta entre Cien Años/Rayuela - García Márques/Cortázar , que levanta polvo cósmico, la volvés a recrear con esta historia!

    Rolando

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  2. Que linda anécdota Lucy, gracias por compartirla.

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