martes, 1 de septiembre de 2015

Míster Taylor

Hemos estado con muchos asuntos que nos distraen, pero siempre nos llega un cuento que nos pone a pensar.  El de este martes nos lo recordó el poeta guatemalteco Javier Payeras, quien - en alusión al tema de la violencia en Centroamérica - nos explicaba cómo funciona esa relación medio perversa entre quien compra el mensaje de violencia y quien lo produce para satisfacer esa aparente necesidad de información.

En el cuento de Augusto Monterroso, Míster Taylor (pinche el nombre para leer el cuento) encuentra en su andar por la región amazónica a unos aborígenes que le ofrecen esta cabecita reducida, la cual termina enviando a su tío en Estados Unidos como obsequio.

Hay que leer el cuento para experimentar el absurdo poco a poco y para reconocer cómo - al igual que sucede hoy en nuestros países latinoamericanos y en las regiones del Medio Oriente - nos vamos creyendo el cuento de que nuestro producto estrella es la maldad, la violencia, la miseria y la necesidad.

En realidad - como dije el otro día en un taller de Tratamiento de la Violencia en los Medios - en Europa y en Estados Unidos se consume mucho la idea de que acá somos unos salvajes y en el fondo
imagen de Internet

es bueno tener ubicado ese salvajismo para sentirse seguros, porque ni por su madre reconocen que cuando se dan esas masacres de alto rating, tiene que ver con los mismos problemas nuestros.  El tipo que mata mucha gente en USA es un enfermo mental aislado, pero si lo hace en Panamá "los índices de violencia se están disparando" y "no sabemos qué hacer con la criminalidad", "hay que subir las penas a los menores delincuentes" y etc.

Mejor dicho, estamos vendiendo cabecitas reducidas al por mayor y hacemos lo que sea por incrementar la producción para satisfacer la demanda de un producto macabro.  Pero un buen día, cuando entendamos el juego en el que estamos metidos, que ese mercado no se satisface hasta que le llegue la última cabecita reducida, la del último sobreviviente de ese mundo violento que hemos armado como un show, al igual que hizo Míster Taylor, nos arrepentiremos con esa impotencia que dice "Perdón, perdón, no lo vuelvo a hacer".

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