Me encantaría tomarme unas pastillitas
para dormir mientras pasa el gobierno de turno, y despertarme cuando esta
crisis de valores y esta angustia constante por las intervenciones urbanísticas
de mal gusto desaparezca de mi país.
Ya he pensado varias veces invocar la suerte de Rip van Winkle, ese
personaje simplón y a la vez mítico, que – agobiado por los reproches de su
esposa y el aburrimiento de la colonia holandesa asentada en las tierras del
“nuevo mundo” – se fue a las montañas de Kaatskill a relajarse un rato y
despertó veinte años más tarde, cuando ya la situación política de su comarca
había cambiado y su molesta esposa estaba muerta.
Este cuento está escrito de manera
particular, sugiriendo que fue encontrado entre los manuscritos de Diedrich Knickerbocker, un famoso personaje de historias de Washington Irving, autor de
nuestro cuento de hoy. A su vez,
este cuento se publicó por primera vez en una colección de cuentos escritos
bajo el seudónimo de Geofrey Crayon.
Está lleno de explicaciones, referencias
y aclaraciones, lo cual hace pensar que su autor quisiera convencernos de que
creamos en la veracidad de la historia.
Recordemos que Irving le adjudica la autoría al personaje holandés
Knickerbocker y tal vez por ello, hace a propósito que su redacción sea un poco
rimbombante. Más que como un
cuento, está narrado como una leyenda.
Lo que lo hace diferente no es en sí el
hecho de que un buen hombre se
durmiera por tanto tiempo, tema que ya había sido planteado por otros
escritores en Europa, sino la conveniencia de este sueño prolongado que sirve
de elipsis al gran cambio que representaba la Independencia de Estados
Unidos. De hecho, el pobre viejo
saluda al Rey públicamente y es acusado inmediatamente de “conservador”,
debiendo aclarar que se encontraba perdido y confundido por las circunstancias
de su larga ausencia.
La construcción de este personaje ocupa
el 80% de la narración, incluyendo una alusión al carácter de su hijo 20 años
más tarde, quien resultó heredero de la presencia inocua del padre. Sin embargo es claro que para la
credibilidad de la historia se hace importante tener presente quién era su
protagonista.
De las cosas más preciadas de este cuento
son las descripciones de Kaatskill, esas montañas que en el cuento logran
juegos de luces al reflejar atardeceres y amaneceres en su singular geología y
el humor con el que se burla de todo, incluso del cuento, diciendo que “no vale
un ápice más de lo que pudiera”, como una especie de frase hueca.
En todo caso, Irving logró posicionar a
Rip van Winkle como un clásico de la literatura norteamericana en cuento corto,
planteando con él muchos temas que se resuelven con el largo sueño del viejillo
de las barbas.
Yo sigo con la idea, esta noche marciana,
de echarme a dormir por tres o cuatro años a ver si al despertar hemos
cambiado, no sólo la pobre situación nacional, sino esta monarquía de
trasnacionales que nos gobierna a escala mundial. El problema es que – como dice mi pequeño – Rip van Winkle
debió despertarse con hambre y con un aliento…
[lea Rip van Winkle en http://www.eastoftheweb.com/short-stories/UBooks/RipVan.shtml y disfrútelo en su idioma original o busque una versión en español en la enorme web.]
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