martes, 18 de diciembre de 2012

The Grinch, ese hijo rebelde del capitalismo religioso


Si usted ha sido catalogado como un Grinch y se siente feliz por pertenecer a una élite pseudo-burguesa rebelde, que ya encontró LA imagen excéntrica reivindicativa en la sociedad, puede que haya caído en el personaje menos indicado para tal objetivo.

La casa editorial Random House Mondadory publicó en 1957 un cuento muy peculiar llamado “How The Grinch stolled Christmas”, traducido muchos años después (2000) por una profesional cubana, con el título “!Cómo el Grinch robó la Navidad!”.  Luego el personaje se hizo famoso a través del cine y la televisión.

Los rítmicos versos anglosajones del Dr. Seuss, su autor declarado, relatan el suceso ocurrido en Who-ville una noche antes de la Navidad, cuando un personaje siniestro se propone detener la llegada de la Navidad.   Pero sus razones no son gratuitas, el hombrecito verde odia la temporada navideña y se angustia por la inminente llegada del ruido, la celebración y las canciones. 

Aunque el Grinch reaccione sobre los aspectos materiales o comerciales, esta historia resulta en una reivindicación de toda la tradición navideña, presentando estas observaciones como el resultado de un corazón chiquito.  Ya era raro que este antagonista de Santa Claus, ese gran símbolo del consumo que nos enseña a gastar el último efectivo en un regalo para “esa persona especial” (que, por supuesto merece un objeto comprado en alguna tienda como ofrenda de amor), fuera presentada como una persona sensata.   

El Grinch remata fuertemente en el corazón de sus lectores con un final melodramático, en el que devolverá los regalos, la comida y el árbol al reflexionar que la Navidad llega aunque no estén los accesorios cosméticos que la adornan. Esta acción le merece un gran reconocimiento y es que su autor decide que su corazón ha crecido unas tres veces (o sea, las dos que no tenía y una más) y es invitado a festejar con los Who de la fantástica aldea de Who-ville.

Es así como el Grinch se constituye como un aliado de Santy-Claus, que con sólo unas horas de reflexión, perpetúa la tradición, aún con más fuerza de la que antes tenía.  La reinventa, le devuelve su valor comercial y la eterniza como la época del año por excelencia para reunirse en familia, actuar con espíritu bondadoso y relajarse ante las preocupaciones del mundo.

Pero… esta Navidad que llega ¿debió irse?  ¿Tendríamos que esperar hasta Diciembre para ser buenas personas y estar alegres? ¿Acaso la unidad familiar es un asunto que debemos replantearnos? El asunto político-económico por el cual la Navidad se colocó cerca del Año Nuevo, nos puede acercar físicamente, pero no es cuestión de tomar aviones o autobuses, o saturar los centros comerciales para vivir humanamente.  Nuestra tendencia gregaria puede auspiciarse en cualquier momento, bajo cualquier circunstancia.

No somos un Grinch, apenas – quienes deseamos un mundo mejor – somos gente que se duele por la deformación del mayor descubrimiento de la humanidad: la reunión alrededor del fuego.

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