Si usted ha sido catalogado como un
Grinch y se siente feliz por pertenecer a una élite pseudo-burguesa rebelde,
que ya encontró LA imagen excéntrica reivindicativa en la sociedad, puede que
haya caído en el personaje menos indicado para tal objetivo.
La casa editorial Random House Mondadory
publicó en 1957 un cuento muy peculiar llamado “How The Grinch stolled Christmas”, traducido muchos años después (2000) por una profesional cubana,
con el título “!Cómo el Grinch robó la Navidad!”. Luego el personaje se hizo famoso a través del cine y la televisión.
Los rítmicos versos anglosajones del Dr.
Seuss, su autor declarado, relatan el suceso ocurrido en Who-ville una noche
antes de la Navidad, cuando un personaje siniestro se propone detener la
llegada de la Navidad. Pero
sus razones no son gratuitas, el hombrecito verde odia la temporada navideña y
se angustia por la inminente llegada del ruido, la celebración y las
canciones.
Aunque el Grinch reaccione sobre los
aspectos materiales o comerciales, esta historia resulta en una reivindicación
de toda la tradición navideña, presentando estas observaciones como el
resultado de un corazón chiquito.
Ya era raro que este antagonista de Santa Claus, ese gran símbolo del
consumo que nos enseña a gastar el último efectivo en un regalo para “esa
persona especial” (que, por supuesto merece un objeto comprado en alguna tienda
como ofrenda de amor), fuera presentada como una persona sensata.
El Grinch remata fuertemente en el
corazón de sus lectores con un final melodramático, en el que devolverá los
regalos, la comida y el árbol al reflexionar que la Navidad llega aunque no
estén los accesorios cosméticos que la adornan. Esta acción le merece un gran
reconocimiento y es que su autor decide que su corazón ha crecido unas tres
veces (o sea, las dos que no tenía y una más) y es invitado a festejar con los
Who de la fantástica aldea de Who-ville.
Es así como el Grinch se constituye como
un aliado de Santy-Claus, que con sólo unas horas de reflexión, perpetúa la
tradición, aún con más fuerza de la que antes tenía. La reinventa, le devuelve su valor comercial y la eterniza
como la época del año por excelencia para reunirse en familia, actuar con
espíritu bondadoso y relajarse ante las preocupaciones del mundo.
Pero… esta Navidad que llega ¿debió irse? ¿Tendríamos que esperar hasta Diciembre
para ser buenas personas y estar alegres? ¿Acaso la unidad familiar es un
asunto que debemos replantearnos? El asunto político-económico por el cual la
Navidad se colocó cerca del Año Nuevo, nos puede acercar físicamente, pero no
es cuestión de tomar aviones o autobuses, o saturar los centros comerciales
para vivir humanamente. Nuestra
tendencia gregaria puede auspiciarse en cualquier momento, bajo cualquier
circunstancia.
No somos un Grinch, apenas – quienes deseamos
un mundo mejor – somos gente que se duele por la deformación del mayor
descubrimiento de la humanidad: la reunión alrededor del fuego.
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